


CANCIÓN DEL AIRE
Nada más leve ni frágil. Y aún así todo lo sostiene y sustenta: la mirada, los olores, el sonido, el árbol, la libélula y a toda la vida fuera del agua que es atmósfera desplomada. Pero hasta los mares desean volver a su primitiva condición y aprovechan la menor oportunidad para volar de nuevo, para volver a ser otra vez aire. Todo lo amable tiene aire: comprimido si es caricia, apagado si es recuerdo, abrasado si es palabra. Hoy del aire se ocupa la ciencia, pero siempre fue tema de religiones, filosofías y literaturas. Todos los dioses fundacionales eran el mismo aire y parientes cercanos. El Intra hinduista, Júpiter y Juno, Chu el hijo del Ra egipcio, Thor , el Ilma del Kalévala.
Los filósofos presocráticos entendieron perféctamente por qué 
sus predecesores dieron al alma casi la misma palabra que al aire (anemos) , su antecesor. Homero confunde, y hace bien, el aire, el alma y la vida. Estaba lejos Platón el que más hizo por separar la vida y el espíritu. Y eso que en El Fedón mantuvo que pensamos con aire. Todavía el Espíritu Santo rescata hasta nuestros días la divinidad de lo aéreo. Todos reconocen y/o sacralizan el hecho de que lo primero y lo último que hacemos es respirar. Que la vida es por la transmisión de ese combustible transparente que nos hace arder por dentro: un incendio lentísimo y hermoso. No como el que asola un bosque, hijo también del aire.
Pero el aire se quema porque también respira. Y, como nosotros sufre todo lo que no sea transparente. Aún así le devolvemos a cambio de la vida, 200 toneladas de humo por segundo. Cuando necesita todo lo contrario, es decir, a sí mismo, al menos para seguir con su afán repetitivo y narcisista. De hecho todos los pulmones son productores y consumidores al mismo tiempo, de partes del aire que la atmósfera también toma y da. Los pulmones son atmósferas diminutas. La atmósfera es todos los pulmones.

Tal vez si entendiéramos en su totalidad que la vida, como el aire, es un producto en sí misma y que nosotros somos parte del proceso, se disolvería toda la agresividad que nos caracteriza.
Al respirar -operación mecánica inconsciente y casi siempre ya sin ritmo- nos hacemos de aire. Nos comunicamos con lo más vasto y esencial. Al quemar masivamente esa enorme vastedad fuera de las amables calderas que son nuestros cuerpos rompemos más de lo que parece. El aire en los pulmones, como escribe Jorge Guillén, "ya es saber, ya es amor, ya es alegría, .... que le pegan ... a la gran sucesión de los instantes"
Ahora quieren que miremos el aire como un recurso, como una cuenta corriente de la que extraer porciones para traficar con ellas. El aire ya tiene cotización en el mercado porque habrá un impuesto sobre los volúmenes que cada país asfixie. ¡Dejad que al menos el aire no tenga precio! De lo contrario será más que lamentable. Será no entender que somos eso mismo que destrozamos y ya comercializamos. Estoy con Pessoa: "¿Qué hay en el aire que no sea yo?".
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